Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas




Contexto inicial


América fue “descubierta” por Castilla, gracias al tesón visionario de Colón, el día 12 de octubre del año 1492. Colón nunca supo que había descubierto un nuevo continente; pensaba haber dado con “Cipango” y esperaba encontrarse con el “Gran Khan”, es decir, la India, la China y el Japón. Bartolomé de las Casas, que ya de niño fue a ver los indios y los extraños pájaros que Colón expuso en su Sevilla natal; y que llegó a tener uno de ellos como esclavo, regalado por su padre, que acompañó a don Cristóbal en su segundo viaje de 1493, arribó a la isla llamada “La Española” el año 1502.Viajó en uno de los 32 navíos, junto con otros 2.500 españoles que acompañaron al comendador de Lares, de la orden de Alcántara, Nicolás de Ovando, nombrado por los Reyes Católicos gobernador de la isla, desde la corte establecida en la recién conquistada ciudad de Granada.

Nos cuenta que partieron el día 13 de febrero, que era el primer domingo de cuaresma de ese año 1502. Entre los viajeros se hallaban varios nobles caballeros, como el licenciado don Alonso Maldonado, y el capitán general don Antonio de Torres, hermano del “ama” del príncipe heredero don Juan, hijo de los reyes católicos Fernando e Isabel. También viajaron entonces los primeros 12 franciscanos, dirigidos por fray Alonso de Espinal, “varón religioso y persona venerable”. La flota, que había perdido una de sus naves apenas saliendo de Canarias, adquirió otra y zarpó dividida en dos partes, de 16 naos cada una; la mitad llegó al puerto de Santo Domingo el día 15 de abril, mientras la otra mitad abordó unos doce o quince días después. Era ya tiempo pascual y el joven sevillano Bartolomé se encontró con esa primavera permanente del Caribe insular. Con los “indios” americanos no se encontrará de veras hasta el año 1514.


Bartolomé de las Casas

Las Casas parece que era ya entonces clérigo menor, de apenas 17 ó 18 años, pues había nacido en Sevilla por el año 1484 muy probablemente; ciertamente conocía el latín. Entre los recuerdos que nos contará él mismo más tarde, dice que los españoles asentados en Amércia estaban alegres porque se había descubierto recientemente mucho oro y porque algunos indios se habían “alzado”, pues así justificarán sus guerras y consiguiente esclavitud y “repartimiento” de los indios. 

El oro abundante encontrado había dado un caso extraordinario: un grano de oro de 35 libras, por valor de unos 3.600 pesos de oro. 


Pero sobre todo, el futuro defensor de los opresos indios que escribe estas memorias por 1552, al menos en su redacción actual, no deja de señalar la trágica calificación de “buena nueva”, de “evangelio” para los “cristianos” españoles, el hecho de que puedan hacer guerra y cautivar a los indios, para venderlos por esclavos a España.

“Por manera que daban por buenas nuevas y materia de alegría estar indios alzados, para poderles hacer guerra, y por consiguiente, cautivar indios para los enviar a vender a Castilla por esclavos”. No puede menos de hacer memoria crítica de esa deformación del fin último de toda la empresa americana, tal como la acabó viendo y promoviendo este campeón de la causa indígena, que era la causa del pobre y de la víctima en ese momento histórico. En vez de anunciarles, de palabra y con hechos, el verdadero Evangelio, acaban haciendo “buena nueva” del mayor anti-evangelio para los indios.

Bartolomé pronto pasará a la isla recién “poblada o por mejor decir “despoblada” de Cuba, como capellán de Diego Velásquez; allí llegará a tener su propia encomienda de indios, junto con el piadoso laico Pedro de Rentería, amigo de los franciscanos. Su gran apertura ecuménica y su cristianismo, abierto y acogedor como el Evangelio, suscitarán las iras de los inquisidores como Diego de Deza, segundo Inquisidor General (1500-1507), y el fanático y cruel Diego R. Lucero. Bartolomé conversaría todo el proceso colonial y el suyo interno con este buen amigo Pedro, lector del Nuevo Testamento, y cercano a la solución franciscana de educar a los niños, que logren escapar a la muerte, como futuros cristianos. Pero antes ha sido testigo impotente de la muerte por hambre de siete mil de esos mismos niños indios en unos tres meses: “Las criaturas nacidas, chiquitas perecían, porque las madres, con el trabajo y hambre, no tenían leche en las tetas”. Le impresionó tanto esto que lo narra hasta cinco veces en sus obras.



Nos cuenta que antes, en los primeros años de gobierno de Diego Colón, un cacique llamado Hatuey, escapado a la isla de Cuba amenazada de invasión (aunque lo llamen “poblamiento”), muestra a sus hermanos un canasto lleno de oro, propone bailarle sus ritos sacros como a un dios, pues los cristianos lo tienen por tal, para que él les diga que no les hagan mal; y luego les pide arrojarlo al río, para que no los busquen a ellos para quitárselo y adorarlo. “No guardemos a este Señor de los cristianos en ninguna parte, porque, aunque lo tengamos en las tripas, nos lo han de sacar”. 

Las Casas sabe muy bien que el dios Dinero es un ídolo, y por eso necesita alimentarse de víctimas humanas. Para extraer el oro, la plata, las perlas o lo que sea, los españoles no dudarán en explotar a los indios. Se han vuelto mero instrumento al servicio de su culto idolátrico; y, al fin, “instrumento muerto”, víctimas. No es que en directo deseen su muerte; lo que desean es ser ricos “y abundar en oro, que es su fin, con trabajo y sudor de los afligidos y angustiados indios, usando de ellos como de medios e instrumentos muertos; a lo cual se sigue, de necesidad, la muerte de todos ellos”. Por eso el texto que motivará finalmente su “conversión a los indios”, allá por el año 1514, es el de Eclesiástico 34,21: “El que ofrece un sacrificio a costa de la vida de los pobres, es como quien sacrifica a un hijo delante de su padre”. Este texto vendrá citado muchas veces en la amplia obra de Bartolomé de las Casas lo cual indica el enorme peso que tuvo la reflexión profética y sapiencial y toda la Palabra de Dios en su valoración y práctica cristianas. Desde esa fecha, y sobre todo desde su entrada en la vida religiosa dominicana, la vida y obra entera de fray Bartolomé de Las Casas estuvo dedicada a la causa indígena; a la defensa, primero de la vida, luego de su libertad y dignidad, para desembocar en la lucha por sus enteros derechos políticos de pueblos libres y capaces de realizar una nueva sociedad y una nueva iglesia, más cercanas al Evangelio que las viejas cristiandades.

Pero, sin duda, el primer paso hacia esa conversión tiene bastante que ver con ese famoso “grito de la Española”, lanzado por Antón Montesino, en nombre de toda la comunidad dominica, presidida por el venerable fray Pedro de Córdoba. Corría el año 1511, y estaban en el cuarto domingo de adviento, que fue 21 de diciembre. A propósito del “ego vox clamantis in deserto” (“yo soy la voz del que clama en el desierto”) de Juan 1,23 que se leía ese día, el predicador de la verdad, pura y dura como el amor a los pobres y las víctimas, espeta estas preguntas a sus oyentes españoles: “Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes! Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?... ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?¿Esto no entendéis?¿Esto no sentís?¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?”.

-¿Cómo piensas fue la labor de Bartolomé de las Casas en la defensa de "los indios"?
-¿Piensas que fue comprendido y apoyado por la corona española?
-¿A qué orden religiosa pertenecía?
-¿Qué te ha llamado más la atención de su figura?

-Puedes ver el vídeo para acabar de comprender la defensa que Bartolomé de las Casas inspirado en el grito de Montesinos hizo de los indígenas.


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